lunes, 9 de enero de 2012

24 de noviembre.

Yo solía mirarlo por horas mientras dormía. Me encantaba. Me daba paz y me hacía amarlo cada vez más. Él solía pedirme abrazos y besos de buenas noches. Una vez nos quisimos, creo. Creo que cuando me pedía que lo mire con mis ojos grandes era porque le gustaban, o resultaban graciosos, o tiernos, no sé. O quizás porque me quería. También recuerdo que nos gustaba ser monstruos y jugar a llenarnos de cosquillas. En algún momento estuvimos seguros de eso. De eso que nos pasaba, digo. Hasta decidimos dejar una marca que dure para siempre, vayamos dónde vayamos. Una marca que desde acá puedo ver en mi cuerpo. Nos prometimos “para siempre” infinitas veces, convencidos de que nada iba a poder vencernos. No puedo recordar el día en que dejamos de ganar y comenzamos a perder. Dejamos de ganar caricias, charlas, sonrisas, miradas.. y comenzamos a perder(nos). Creo que un día nos quedamos sin palabras, ya no había nada por decir, por contar, ya no había nada.. Y ahí estaba yo, intentando salvar algo de todo esto. Y entonces aprendí que dar tanto amor no fue suficiente, nunca fue suficiente dar todo. Puede que ya no queden ni ganas, ni esperanzas pero todavía guardo las fotos del día número 1784, el último. 






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