Mostros.

Siempre la misma historia. Nos peleamos. Nos alejamos. Nos odiamos. Y llega un día en que dejamos de odiarnos y empezamos a tratarnos bien otra vez. Ahí estamos los dos, haciéndonos los amigos y recordando. Somos débiles. No podemos mantener tanta distancia, al menos no por más de dos meses. Intento descubrir la manera en que un día deja de importame todo el dolor que sentí y empiezo a recordar sólo los buenos tiempos. De repente todo lo que me hiciste desaparece y pienso que sos aquel, el de hace años atrás, que en algún momento logró hacerme la mujer más feliz. Creo que si lo ponemos en la balanza, siempre fueron más sonrisas que lágrimas (contando las lágrimas de felicidad como sonrisas). Y también creo que fueron las sonrisas y lágrimas más sinceras. Transparentes. Sentidas. Lo nuestro no termina nunca, te diste cuenta? Creo que no soportamos que llegue el fin. No podemos admitirlo. Ni superarlo. Nunca podemos poner un punto final, siempre lo acompañan dos más, que dejan todo en suspenso. 

Aprendí que el amor a veces no es suficiente, pero también se que puede mover montañas, y eso es lo que siempre nos tuvimos, un amor inmenso, hasta quizás enfermizo. Pero nos faltó algo, algo no nos completaba y nos hacía diferentes del resto. Quizás eso era lo que más me gustaba de nosotros, que eramos únicos, y sólo vos lograbas comprenderme. Me leías los ojos, sólo tenía que mirarte. Las palabras sobraban. O quizás no nos alcanzaron. Nunca tuve el valor de decirte que fuiste la única persona que me quitaba el miedo. Todos mis temores desaparecían. Me hacías sentir segura entre tus brazos. Segura de que nunca me dejarías ir. De que iba a despertar a tu lado cada día, todos los días.

No vuelvas. No puedo soportarlo. No soy tan fuerte, aunque quisiera. Aunque puedo seguir siendo el faro, puedo seguir de pie. Puedo ser la luz que guíe tu barco. ¿Podemos estar contra toda tormenta?